Nº 1.946 – 17 de Octubre de 2021
“Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” Gálatas 3:27-28
Las discriminaciones que se dan en la sociedad no pueden reproducirse en la iglesia. Si hemos sido hechos miembros del cuerpo de Cristo, estamos revestidos de su carácter. En Cristo Jesús somos uno. Es decir, no puede haber nada que nos separe porque no hay nadie por encima ni por debajo. Todos estamos en un plano de igualdad. No tiene ninguna importancia ni el lugar de nacimiento, ni la cultura de donde provenimos, ni el puesto de trabajo que desempeñamos, ni tampoco el género. Todos somos iguales frente al Señor. Cuando miramos al hermano cara a cara no debemos ver si es una mujer o un varón; si vino de aquel país o nació aquí; o si trabaja en el hogar o en una oficina. Todas esas cosas deben desaparecer porque nos dividen. Sólo debemos ver hermanas y hermanos, iguales a mí. Mejor dicho: superiores a mí, como enseña la Palabra del Señor. Cuando nos molesta que una mujer en la iglesia nos llame la atención, pero no así un varón, es que tenemos un problema discriminatorio. Puede que aún nuestra cosmovisión nos haga pensar que unos han nacido para estar arriba y otros debajo. Y algunos quieren elegir debajo de quien pretender vivir, sin darse cuenta de su complejo de inferioridad. Si hemos aprendido algo en Eben-Ezer es que debemos vernos y tratarnos como iguales que somos. Y si me apuras, las mujeres deben ser tratadas con mayor delicadeza pues, generalmente se rompen por dentro con más facilidad que los varones. Abandonemos la confrontación y la competencia entre sexos y vivamos en la comunión de Cristo. Esto va mucho más allá de una convivencia tranquila. Va de fundirnos en una sola alma. Un abrazo muy fuerte a todos.
Pastor Antonio Martín Salado