Nº 1.944 – 3 de Octubre de 2021
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.” (Efesios 4:26-27)
Enfadarse es muchas veces inevitable pero no podemos tolerar que el enojo o la indignación nos produzca carcoma por dentro. Tenemos que controlar siempre la ira para que sea comedida y no dañemos a nadie. Gracias al Espíritu que habita en nosotros somos capaces de dominar las emociones de malestar o enfado para que no sean explosivas como cartuchos de dinamita. Como mucho que sean como esos petarditos inofensivos que hacíamos detonar de niños. La paz del Señor está siempre con nosotros para que bajemos los humos y encontremos enseguida la calma y el equilibrio. Si nos hemos enojado con alguna persona, llegando a la confrontación, es necesario pedir perdón rápidamente y solucionar el asunto con amor misericordioso por ambas partes. No podemos consentir que el enfado traspase la medida del día: con veinticuatro horas de enojo, tenemos de sobra. Si vivimos como verdaderos cristianos, siempre tomaremos la iniciativa para recuperar la normalidad con la persona que tuvimos la discusión. Somos llamados a ponernos de acuerdo y convivir en paz. Como decía al principio, es imposible que no tengamos nunca algún roce con alguien y sobre todo con los que tenemos mayor convivencia (sin entrar en los incontables factores que pueden desencadenar la subida de la tensión). El Señor nos llama a tener paciencia siempre: hasta su segunda venida. Sabedores que debemos cuidar el amor entre nosotros. Cultivarlo sin guardar rencor y buscando no ser personas irritables ni de fácil enojo. Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos vivir de esta manera y nos ayudará siempre. Seamos sobrios porque el enemigo de nuestras vidas siempre está intentando colar sus mentiras y sus discordias para separarnos. Si mantenemos nuestra postura de enfado, sin proceder al perdón y a la reconciliación, le abrimos una puerta para que nos divida. El enemigo sabe que no nos puede vencer en ninguna manera, así que seamos sabios y no le hagamos el trabajo nosotros mismos con posturas guerreras y carentes de misericordia. Si juzgamos muy duramente a los hermanos, así también nos juzgará el Señor. Tengamos cuidado.
Pastor Antonio Martín Salado