Nº 1.940 – 5 de Septiembre de 2021
“Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni me desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Gálatas 4:13-14)
Hace poco escribíamos también en el “Unánimes” sobre la necesidad de no olvidarnos de la hospitalidad y del cuidado que tenemos los unos de los otros. Hoy utilizamos estas líneas para reforzar esa enseñanza y que nos ayude a recibirnos mutuamente. Más allá aún: a aceptarnos y acogernos como a ángeles o como al mismo Señor Jesucristo. Los enfermos, los desamparados, los desvalidos, los refugiados y todos los necesitados pueden ser mensajeros de Dios. A todo el mundo le gusta estar con personas sanas y alegres, pero pocos quieren pasar tiempo con enfermos y deprimidos. Tenemos que pasar por enfermedad o por tristeza, para poder ponernos en la situación del que sufre y ofrecerle hospitalidad. Esta puede tomar la forma simplemente de compañía o de oído atento para dar consuelo. Hay ocasiones en las que nos asusta acercarnos al enfermo porque pensamos que no vamos a saber comportarnos, o que no seremos capaces de prestarle alguna ayuda. Pero si lo hacemos, pronto descubriremos que esa persona nos dirá lo que quiere o necesita y no tenemos que ser expertos ni héroes, sino solamente prudentes. También recibiremos más de lo que hayamos dado, ya que esos “ángeles” portan mensajes del cielo. Así que, cuando visitamos o recibimos a un enfermo, sea del cuerpo o del alma, es al Señor Jesús a quien estamos dando nuestra atención. Si vemos las cosas de esta manera, seremos más sociables, y, por lo menos, saludaremos a más personas y más aún a los hermanos de la fe.
Pastor Antonio Martín Salado