Nº 1.919 – 11 de Abril de 2021
“Para que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:10-11)
Sabemos que al final de la Historia, toda la creación, todas las criaturas del Universo rendirán su unánime homenaje al Señor Jesús. Todos los seres celestiales o angélicos, todos los habitantes de la Tierra, todos los muertos resucitarán y tendrán que humillarse delante de Jesús. Muchos con alegría; otros, por fuerza mayor. Y nosotros ¿qué hacemos hoy? ¿Vivimos ya “de rodillas” delante del Señor? Cuando nos reunimos invocando Su Nombre, tenemos que ser conscientes que hemos venido a humillarnos frente a Él. Si estamos en el culto con esta actitud de corazón, es muy posible que sea así porque todo nuestro quehacer diario pretenda ser realizado en total sujeción a los mandamientos divinos. Una postura distante, indiferente, o incluso altiva, puede ser un síntoma claro de que no vivimos “de rodillas” siguiendo al Maestro. Cuando te cuesta cerrar los ojos en la oración, o inclinar la cabeza, puede ser una señal de alerta. Es necesario que despertemos a la realidad de que sólo el Señor es Dios y nosotros sólo criaturas. Nos conviene vivir humillados bajo Su mano poderosa. O, lo que es lo mismo, someternos a Su gobierno de amor. Si no paramos para pasar tiempo en silencio a solas con Dios, va a ser muy difícil, prácticamente imposible vivir de rodillas, dispuestos a obedecer y aceptar con gran alegría la autoridad del Señor. Jesucristo es nuestra única Cabeza para sustentarnos y cuidarnos sobrenaturalmente. Su yugo es fácil y ligera Su carga. No es pesada Su dirección sobre nosotros, pero requiere de una actitud totalmente abierta y sumisa para dejarnos convencer a cada momento. Seamos esos recipientes elásticos que están dispuestos a tomar la forma de su contenido. Y nuestro único contenido debe ser la Bendita Persona del Espíritu Santo en plenitud. ¡Ábrete al Espíritu Santo! ¡Porque el Señor es el Espíritu! Amén.
Pastor Antonio Martín Salado