Nº 1.913 – 28 de Febrero de 2021
“Haz de mí un vaso nuevo Señor, donde otros puedan beber. Beber de Tu Agua Viva, agua que quita la sed…” Estas frases de un antiguo corito describen perfectamente como es posible realizar la misión de la evangelización en el mundo que nos rodea. Nuestra parte es clamar al Señor para que nos renueve cada día y ser un recipiente adaptado a la época en la que vivimos, pudiendo retener el Espíritu, llenarnos de Él y volcarlo sobre otros. Sin la renovación constante, el Agua Viva se nos perderá como si fuésemos un colador. Jesús ya habló de esto diciendo que el Vino Nuevo se ha de poner en pellejos nuevos. Es tan importante que el receptor esté viviendo en el presente como que el Señor le regale de Su plenitud. Para ser una persona nueva, es necesario dejar atrás lo que queda atrás y estirarnos hacia lo que tenemos para recorrer por delante. De esta forma avanzamos, el Evangelio avanza cuando olvidando el pasado, nos proyectamos hacia la meta del supremo llamamiento recibido por Jesucristo. Sólo en la renovación constante y genuina, seremos relevantes en esta sociedad. Tenemos que renovarnos en todo lo bueno que el Señor quiere hacer, estando completamente abiertos a las nuevas cosas que Dios quiere realizar. Así que no nos anclemos en las formas del siglo pasado, sino vivamos en la novedad del día presente. La iglesia tiene que ser actual para ser vista como luz del mundo. Para ello tendrá que actualizarse por medio de la transformación continua del Espíritu Santo que vive y trabaja en su seno. Esto implica que todos nos impliquemos y colaboremos siendo dóciles a esa metamorfosis actualizadora del Espíritu. Seamos de mente abierta y no de mente antigua como los religiosos de la época de Jesús que decían que lo antiguo (lo añejo) era siempre mejor que las innovaciones modernas. Oremos por este aspecto crucial del cuerpo del Señor. ¡Renuévanos! ¡Sí Señor! ¡Renuévanos a todos cada día! Amén.
Pastor Antonio Martín Salado