Nº 1.742 – 19 de Noviembre de 2017
El aforismo que dice: “según piensa un hombre en su corazón, así es él”, no sólo comprende la totalidad del ser humano, sino que abarca todas las condiciones y las circunstancias de su vida. Un hombre –varón y mujer- es literalmente como piensa. Lo que denominamos “carácter” es sencilla y llanamente la suma completa de nuestros pensamientos. De la misma forma que toda planta nace de una semilla, así también todos los actos del ser humano nacen de las semillas ocultas del pensamiento. Esto es tan aplicable a los actos que calificamos de espontáneos, es decir, no premeditados, como aquellos otros que ejecutamos deliberadamente. El “acto” es la flor del pensamiento. El gozo y el sufrimiento son sus frutos. De modo que cada uno de nosotros cultivamos nuestros frutos, sean dulces o amargos. El hombre crece siguiendo la Santa Ley de Dios. Y la causa y el efecto es parte de esa Ley Divina. Se encuentra este principio tanto en el interior del pensamiento como en el mundo de las cosas visibles y materiales. De ahí que la nobleza de carácter no sea fruto de la casualidad, sino el resultado natural de un esfuerzo continuado por pensar bien; el fruto de dejarse invadir por los pensamientos de Dios. Siguiendo este mismo proceso, un carácter innoble y bestial es el resultado de dejarse llenar y dirigir por pensamientos contrarios y opuestos a los de Dios. Por consiguiente, nosotros mismos somos quienes nos hacemos o nos deshacemos. En la fragua del pensamiento nos forjamos las armas con las que nos desarrollaremos o nos destruiremos. En esa fragua podemos construirnos estructuras de gozo, fortaleza y paz. Mediante la elección correcta y la igualmente correcta aplicación de nuestro pensamiento, podemos ascender y desarrollarnos.
El abuso y la incorrecta aplicación del pensamiento nos harán descender hasta alcanzar el nivel de las bestias salvajes. Entre estos dos extremos se encuentran todos los grados del carácter. Y nosotros mismos somos nuestros constructores o destructores. El hombre es el dueño de su pensamiento, el modelador de su carácter, y el hacedor y configurador de las condiciones, los ambientes y el destino. Creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres de poder, inteligencia y amor. Dentro de nosotros se encuentran todos los recursos transformadores y regeneradores que pueden hacer que seamos lo que deseamos ser. Con la mirada puesta en Jesucristo y el anhelo de andar por sus mandamientos lograremos grandes transformaciones de nuestro pensamiento. Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.