Nº 1.728 – 13 de Agosto de 2017
Que Dios es Padre de todos, y a todos quiere salvar, se desprende de muchos textos bíblicos, ente los cuales tenemos 1ª Timoteo 2:4 y Mateo 5:45: “Nuestro Dios y Salvador quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” “El Padre que está en los cielos hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.”
La paternidad de Dios nos conduce a la comprensión de la igualdad de todos los hombres.
Las desigualdades e injusticias de los hombres hieren el corazón de Dios.
Cualquier crecimiento de un hombre a costa de otro hombre, va directamente en contradicción del núcleo mismo de la obra de Dios en el mundo.
Según el testimonio bíblico, cuando el asentamiento en la tierra hizo aparecer sangrantes desigualdades sociales y aumentó la proliferación de los abusos por parte de los terratenientes, los profetas trajeron la voz del Dios del Éxodo, y se alzaron en defensa de todo tipo de oprimidos, de los empobrecidos, de los injusticiados, del huérfano y la viuda, del esclavo y del extranjero sin recursos ni derechos.
Jeremías 22:16: “Él (Josías, rey de Judá) juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? Dice el Señor.”
Nuestro Señor Jesucristo radicalizó esta lógica; radicalizó la paternidad de Dios; radicalizó la praxis del amor como mandamiento supremo y síntesis de su Santa Ley. Pero el cristianismo establecido e institucionalizado jamás ha tomado partido por esta radicalización de Jesucristo, sino que se ha escondido buscando la protección del poder reduciendo su mensaje a una espiritualización escapista avergonzante; acumulando riquezas creadoras de las desigualdades que van en aumento hasta nuestros días.
La justicia de Dios nuestro Señor y la repugnancia que el Eterno siente hacia la desigualdad consagrada por la religión es la principal causa del desinterés de los pueblos occidentales hacia los planteamientos religiosos. A quienes esto menos debería sorprender es precisamente a los profesionales de la religión establecida. Ellos han sido y son sus artífices. Hoy recogen lo que han venido sembrado desde hace muchos siglos. Siempre he abogado por una cristidad ajena al cristianismo. Y lo sigo haciendo. Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.