Nº 1.727 – 6 de Agosto de 2017

Publicado por CC Eben-Ezer en

El Dios que salva y libera es el que juzga a la luz de ese propósito fundamental que es la justicia.

Recordemos que Jesús nos insta a buscar primeramente el Reino de Dios y su Justicia.

Dios une indisolublemente su causa con la de los empobrecidos, marginados y oprimidos.

Comprender esto es conocer al Señor: Jeremías 9:23-24:

“Así dijo el Señor: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice el Señor.”

Y conocerle a Él es practicar eso: Jeremías 22:13-16: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! Que dice:  Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien? Él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces le fue bien. ¿No es esto conocerme a mí? Dice el Señor.”

Esto va tan lejos que Dios no sólo defiende a los empobrecidos y humillados, sino que une el destino de éstos su propio destino histórico. Por eso es que el destino de Jesús hace cruel y gloriosamente visible esta decidida y consecuente identificación de Dios: Hebreos 13:13: “Salgamos, pues, a él fuera del campamento, llevando su vituperio.”

De ahí se desprende que Dios es Padre de todos, comprendidos aquellos que no viven su relación con Él como hijos, y a todos quiere salvar.

Pero esa paternidad de Dios nos lleva a comprender y asumir la igualdad de todos los hombres: Un Dios que se reconoce como Dios único sobre todos los hombres; que, poco a poco, llega a hacernos comprender que su relación con ellos, es decir, con nosotros, es de ayuda y salvación; y que acaba revelándose como Padre de amor incondicional.

Padre de todos, no puede sino querer el bien y la igualdad para todos. Las desigualdades hieren a Dios en su amor, y niegan su paternidad real. Lo mismo han hecho y siguen haciendo quienes niegan esa paternidad real del Eterno.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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