Nº 1.725 – 23 de Julio de 2017
La metáfora más habitual, y seguramente la más precisa, para aproximarnos a lo espiritual es recurrir a la “luz”. De todos los fenómenos físicos, la luz es el más elusivo. No podemos ver la luz, sino los objetos sobre los que la luz se refleja. No podemos sujetarla en nuestras manos, ni oírla con nuestros oídos, ni gustarla, ni olerla. Y lo que es más fascinante, incluso con nuestra tecnología más avanzada somos incapaces de lograr una medición perfectamente discreta de la luz.
La mecánica cuántica, quizá la teoría física más avanzada jamás desarrollada, revela que es imposible determinar la posición y la velocidad de un fotón de luz –o de cualquier partícula de energía- y esto no porque carezcamos de herramientas capaces de hacerlo, sino porque esa medición sencillamente no existe. Un fotón de luz tiene una velocidad discreta sin una posición discreta, o bien una posición discreta sin una velocidad discreta, pero no puede tener ambas. Por lo tanto, la luz sigue siendo física, pero es todo lo que podemos aproximarnos en nuestra experiencia común a una forma espiritual.
¿Puede ser científica la espiritualidad? Si la espiritualidad en un elemento tan esencial en la experiencia humana, ¿cómo es que la ciencia contemporánea parece ignorarla? Recordemos que hay científicos que incluso llegan a negar su existencia. La ciencia moderna trata de las cosas que pueden medirse. Todavía no se han desarrollado herramientas para tratar científicamente aquellas cosas que eluden su medición. Ahí radica el principal problema, por cuanto tratar de comprender el universo mediante el empleo de herramientas que sólo miden cantidades, pero no pueden medir cualidades, es algo extremadamente limitador.
Podemos hablar del tiempo en términos métricos, pero no somos capaces de expresar la calidad del flujo del tiempo como los seres humanos lo experimentamos. Podemos hablar de los colores refiriéndonos a las frecuencias de las ondas de luz y sus combinaciones, pero eso queda a mucha distancia de la experiencia humana del color, la cual cambia en el curso del día según nuestros estados anímicos y otros factores.
Quizá estas consideraciones puedan ayudarnos a comprender la razón por la que las Sagradas Escrituras afirman que “Dios es Luz”.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.