Nº 1.710 – 9 de Abril de 2017
Desde que naceos empezamos a morir. Envejecemos muy rápidamente. Las hojas del calendario vuelan más rápidas que las de los árboles. Cuando queremos darnos cuenta, nuestra piel tersa se arruga. Nuestro nacimiento natural, en la carne, nos conduce a muchas experiencias agradables, pero, inevitablemente, también a muchas desagradables. Según las Sagradas Escrituras, cuando entregamos nuestra vida al Señor, quien entregó primeramente la suya por la nuestra, se produce una transformación tan grande que, como afirma el Apóstol Pablo, “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. (2ª Corintios 5:17).
En Jesucristo somos renovados, transformados, y todo lo propio de este mundo de pecado queda en el pasado, y substituido por lo nuevo. Esa novedad de vida es tan completa que se nos describe diciéndonos que nadie remienda un vestido viejo con un retazo de tela nueva. La vida nueva que Dios nos regala en Jesucristo no es un remiendo en la vieja persona. Pero para que esto sea eficaz, es menester que haya en nosotros arrepentimiento, es decir, que nos demos la vuelta en nuestro proceder, y emprendamos una vida nueva con la mirada puesta en Jesucristo, el autor y consumador de la fe.
Dios nuestro Señor, el Autor del nuevo nacimiento, no hace remiendos, sino todas las cosas completamente nuevas. Ezequiel 18:30-31: “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será iniquidad casa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado.” Si hay arrepentimiento, Dios promete “darnos un corazón nuevo, y poner un espíritu nuevo dentro de nosotros”. (Ezequiel 36:26). Cuando Dios hace nueva a la persona, dándonos una nueva naturaleza, pone en nosotros una manera nueva de sentir en el corazón, una nueva manera de pensar y una nueva actitud.
Muchos reconocen que Jesucristo es el Señor, pero al mismo tiempo se mantienen apartados de Él, y no aprovechan su llamada al arrepentimiento y la fe. La verdad divina no penetra en sus corazones para que su alma sea iluminada y su carácter sea transformado.
Quiera Dios, quien tan rico es en misericordia, que todos cuantos formamos esta comunidad de fe, procedamos al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo para conducirnos en novedad de vida, preparándonos así para el día del gran encuentro con el Autor de nuestra salvación. Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.