Nº 1.707 – 19 de Marzo de 2017
El santo poder del Espíritu del Padre y del Hijo se pide por medio de la oración, no como un acto único, sino como una renovación cotidiana.
Cuando quien ha nacido de nuevo pide la unción renovadora del Espíritu Santo, puede tener la seguridad de que su plegaría no quedará sin respuesta, por cuanto es el propio Espíritu Santo quien nos anhela ardientemente para renovarnos espiritualmente.
El arrepentimiento y la fe en Jesucristo son el fundamento del nuevo nacimiento de la regeneración. Por eso afirmamos que no puede ser una experiencia única, si bien siempre hay un momento de inflexión en el que pasamos del camino que conduce a la muerte, al que conduce a la vida eterna.
Se espera de nosotros, si hemos recibido el Espíritu de Cristo, que acudamos al trono de la gracia para que el poder renovador de Dios nuestro Señor llegue hasta lo más hondo de nuestro ser.
Cuando acudimos humildemente al trono de la gracia divina, la respuesta del Señor es el derramamiento del poder transformador que anhelamos porque lo precisamos, y Dios concede en su providencia.
Cuando un sincero deseo mueve nuestros corazones a la búsqueda del Santo Consolador, nuestra oración deja de ser en vano. Es el momento en que comprendemos la distancia entre orar y sólo decir oraciones.
Cuando quien ha nacido de nuevo, de lo alto, de simiente espiritual, del Espíritu Santo, clama por la unción divina, el Señor bendito responde con la renovación anhelada.
Sin la comunión con Aquél que hace posible que en nuestra vida todas las cosas sean hechas nuevas, la rutina religiosa se convierte en tedio y sequedad.
La renovación en el Espíritu Santo es cuestión de vida, no de formas estereotipadas e incluso miméticas.
La verdadera y auténtica renovación en el Santo Espíritu de Dios significa que quien antes era un cristiano nominal, dirigido por los deseos de la vieja naturaleza y los afanes de este mundo, vendido al pecado, ahora se deja dirigir por el Santo Espíritu de Dios, convertido en siervo de la justicia.
Así como un retazo viejo no se mezcla con uno nuevo, la vieja vida no se mezcla con la vida nueva en Jesucristo nuestro Señor.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.