Nº 1.706 – 12 de Marzo de 2017

Publicado por CC Eben-Ezer en

Hay una dimensión que debe estar clara en la mente del cristiano, y es que el nuevo nacimiento de la regeneración no es un asunto emocional, sino profundamente espiritual.

Cuando, inducidos por el Espíritu Santo, somos movidos al arrepentimiento de nuestros pecados, y entregamos nuestro corazón a Jesucristo, esa experiencia tampoco es carnal, por cuanto se trata del despojamiento del viejo hombre con sus vicios y sus hechos, y revestidos del hombre nuevo, el cual es conforme a la imagen de quien lo creó, iniciamos el recorrido de la vida con Jesucristo en un proceso constante de renovación hasta el conocimiento pleno.

Puesto que Dios es Espíritu y Verdad, cuando nacemos del agua y del Espíritu comenzamos a vivir también como seres espirituales. Anteriormente, éramos nacidos de sangre y carne, de voluntad humana, pero habiendo nacido de simiente incorruptible, del Santo Espíritu de Dios, se espera de nosotros que vivamos a la altura de nuestra nueva condición espiritual.

Ese hombre y mujer nuevos, que ahora son conforme a la imagen de quien los creó, es decir, el Santo Espíritu de Dios, se va renovando día a día, hasta llegar al conocimiento pleno. Es una renovación que implica un crecimiento constante, el cual sólo es posible mediante el cultivo del ser espiritual que lucha por imponerse sobre el canal.

La vida espiritual es un asunto de fe. Y la fe consiste en fiarse de Dios con todo nuestro corazón. La fe no es una cuestión sólo de creer, sino de fiarnos de Dios y obedecerle andando en sus Mandamientos, que ahora no son gravosos porque el Santo Espíritu de Dios nos guía por ellos y nos capacita para cumplirlos en obediencia y alegría.

La fe que es para salvación no es un mero consentimiento de nuestro intelecto, sino una fuerza que se arraiga en el corazón de quienes reciben a Jesucristo como Señor y Salvador personal, eterno y todo suficiente, sabiendo que Él es nuestro Sumo Sacerdote que intercede por nosotros en el Santuario Celestial ante el Padre de las Luces, mientras el Santo Espíritu Consolador nos asegura, conforme a las Escrituras, que nuestro Redentor puede salvar perpetuamente a todos cuantos acudimos a Dios mediante Él.

¡Demos gracias al Señor por el don maravilloso de la fe!

Muchos amor.

Joaquín Yebra,  pastor.

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