Nº 1.705 – 5 de Marzo de 2017
Tener consciencia de nuestra propia debilidad es requisito esencial para acometer y realizar la obra de Dios que nos ha sido encargada.
La derrota no está lejos de quienes confían en sus propias fuerzas y se jactan de sus capacidades. Dios no acompaña a quienes confían en sus propias fuerzas e ignoran a Dios, pues escrito está: “No es con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor.” (Zacarías 4:6).
Los que emprenden obras jactándose de sus proezas volverán derrotados, con sus banderas rasgadas y sus armas cubiertas de ignominia.
Si anhelamos servir a Dios hemos de hacerlo como Él lo dispone, pues de lo contrario nuestro Señor no aceptará nuestro servicio.
Todo cuanto hagamos sin la dirección divina jamás será reconocido por Dios. El Eterno desechará siempre los frutos de nuestra tierra, a menos que sean fruto de la simiente sembrada primeramente en el cielo, regada por la gracia divina y madurada por el sol de la justicia eterna.
Antes de poner el Señor en nosotros lo que es suyo, Dios tiene que sacar fuera lo que es nuestro. Nuestro Señor quiere limpiar nuestro granero antes de llenarlo con su trigo limpio.
El río de Dios fluye con agua de vida, pero ninguna de sus gotas procede de las fuentes terrenales contaminadas por el pecado.
El Señor no empleará en sus batallas otras fuerzas que las que Él mismo imparte.
Precisamos tener consciencia de nuestra debilidad antes de que el Señor nos dé la victoria.
Nuestro sentido de vacuidad no debe atemorizarnos, sino, antes bien, entender que hemos de ser vaciados antes de ser llenados con sabia nueva.
El abatimiento en humildad es parte esencial en la preparación para ser levantados por la gracia divina y dirigidos por su providencia.
Recordemos las palabras del Apóstol Pablo en 2ª Corintios 12:9-10: “Y me ha dicho el Señor: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.