Nº 1.704 – 26 de Febrero de 2017
El inmovilismo deja a las personas paralizadas. Muchas almas, a quienes el Espíritu Santo ha convencido de pecado, de justicia y de juicio, quedan paralizadas por miedos y temores, atrofiadas por su inactividad, lo que impide que el mensaje del Evangelio se traduzca en acción y multiplicación.
Tan pronto acometemos la acción, comenzamos a vivir. Los momentos en que realmente vivimos son aquellos en los que actuamos con toda nuestra voluntad.
Cuando alguna verdad de Dios penetra en forma convincente en nuestro corazón, no debemos permitir que se desvanezca sin que hayamos obrado en consecuencia.
Dejemos que el Santo Espíritu de Dios grabe esa verdad con su fuego glorioso.
El creyente más débil que se compromete con Jesucristo es libre en el momento en que actúa, por cuanto fe y acción siempre caminan juntas.
Recordemos que la fe verdadera es la que obra por el amor. Entonces es cuando la omnipotencia divina se muestra disponible a nuestro favor.
Cuando nos enfrentamos a alguna palabra de la verdad divina debemos ponernos inmediatamente en acción. De lo contrario, esa verdad se disolverá en el tráfago de la vida, y quedará como un vago recuerdo hasta disolverse.
La fe que no es vivida como compromiso termina por ser una filosofía de papel.
Cuando Jesús nos pide que vayamos a Él, nos está invitando a actuar. Todo aquel que obedece sabe que en ese instante la vida sobrenatural de Dios le invade.
El poder dominante del mundo, con sus falsos brillos, nuestra vieja naturaleza carnal, y la influencia del maligno, quedan paralizados.
¿Por qué? Porque esa acción en obediencia nos une a Dios nuestro Señor y su poder redentor.
Dejemos que el Santo Espíritu Consolador grabe todo el consejo de Dios con el fuego divino que dimana de la sangre de Cristo.
Hemos sido llamados a ponernos en acción en pos de lo supremo: El conocimiento del amor de Dios que es en Cristo Jesús, el compromiso con su Persona, y la participación del mensaje del Evangelio a todos los hombres, nuestros hermanos en el camino de la vida.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.