Nº 1.702 – 12 de Febrero de 2017

Publicado por CC Eben-Ezer en

El pastor y teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) afirmaba que “el joven rico se negaba a seguir a Jesús porque el precio que debía pagar por seguirlo era la muerte de su voluntad. De hecho, cada mandato de Jesús es una llamada a la muerte […] Pero no queremos morir.”

La idea de morir para uno mismo y “tomar nuestra cruz” es uno de los conceptos más difíciles de entender en la fe cristiana. Pero es difícil no porque sea complicado, sino porque es arduo aceptarlo. Tratamos de complicarlo precisamente porque sabemos de manera intuitiva lo que significa, y no nos gusta la idea.

Decía Sir Isaac Newton (1643-1727), físico y matemático, que “Dios otorgó profecías, no para gratificar la curiosidad del hombre al permitirles saber cosas por anticipado, sino para que se llevaran a cabo después, se pudieran interpretar en el momento de acontecer, y para que la providencia de Dios, no la del intérprete, se manifestara de este modo al mundo.”

El enfoque de la vida de Jesús entre nosotros fue mantenerse perfectamente sintonizado con la voz del Padre. Jesús estuvo firmemente determinado a vivir cada momento en armonía con la voluntad del Padre.

Ahí radica la clave para comprender la actitud de Jesús ante el sufrimiento de la Cruz del Calvario. Por eso es que son muchos los que aman el Reino celestial de Jesucristo, pero son pocos los que llevan su cruz.

Jesús vino por los enfermos, no por los sanos. Vino por los injustos, no por los justos. Y a quienes lo traicionaron, especialmente los discípulos, quienes lo abandonaron en aquel momento de mayor necesidad, Jesús respondió como un Padre cegado por el amor a sus hijos.

Para lavar los pies de sus discípulos, Jesús se arrodilla para ver los actos más oscuros de nuestras vidas, representados por los pies sucios del andar por los polvorientos caminos del momento. Pero en vez de retroceder horrorizado, sed aproxima a nosotros con gentileza y nos asegura que si queremos, Él está dispuesto a limpiarnos. Y de la vasija de su gracia saca el agua de su misericordia y lava nuestros pecados.

He aprendido por experiencia que lo que Jesús nos enseña en el Evangelio es la verdad; que el mayor sentido de logro que podemos hallar en esta tierra no procede de la fama, ni de la fortuna, sino de servir a los demás con la entrega de nuestra vida. Eso es morir. Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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