Nº 1.699 – 22 de Enero de 2017
Uno de los peligros de adquirir muchos bienes materiales o intelectuales radica en la tentación de creernos poderosos y sentirnos satisfechos con la clase de felicidad que proporciona el dinero, el poder y el conocimiento.
El gran drama es llegar a no darnos cuenta de que necesitamos a Dios. Y es muy fácil, cuando nos sentimos acomodados, olvidarnos de que en todo momento dependemos del Eterno.
El pastor y teólogo John Stott (1921-2011) contaba que un profesor hindú le dijo: “No entiendo al Jesús del dogma, pero sí comprendo al Jesús del Sermón del monte y de la Cruz. Ése me atrae y le amo.”
En forma similar, “un maestro sufí musulmán le dijo que al leer las Bienaventuranzas no pudo reprimir las lágrimas.”
Muchos que alcanzaron el éxito en la vida se olvidaron de la oración, o bien olvidaron que la verdadera oración le pregunta a Dios cuál es su voluntad, no que se cumpla la mía.
Pero todo cambia cuando comprendemos que el principal objetivo de la oración es infundirnos la más grande necesidad humana; una necesidad infinita, la necesidad de Dios mismo.
Decía Paul Tournier (1898-1986), médico, teólogo y escritor, que “son muchas las personas que hablan a Dios en oración, pero casi nunca le escuchan.”
El Señor ama escuchar el sonido de nuestro corazón reconociéndonos vulnerables, débiles, necesitados de su amor, pues Él sabe que esa actitud nos hará ser humildes y bondadosos para con los demás.
Sólo hay una necesidad, y es amar. Cuando descubrimos eso, somos transformados. Sabemos amar cuando hemos descubierto el arte de percibir a las personas como semejantes a nosotros mismos.
El reconocimiento de nuestra necesidad de Dios nos vuelve humildes. Y al meditar en la humildad de Jesús, descubrimos lo lejos que estamos de ser humildes.
La labor más importante en nuestra interrelación personal es comprender a los demás. La humildad nacida de la dependencia divina es el deseo que mueve el corazón a dar gloria a Dios por todas las cosas.
La indulgencia hacia los demás nos volverá sabios, porque reconoceremos más fácilmente nuestros propios errores y limitaciones.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.