Nº 1622 – 2 de Agosto de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

Estamos rodeados de fórmulas por todas partes. De ahí que algunos crean que también las Sagradas Escrituras son una colección de fórmulas. Pero no es así.

Erraremos en nuestro camino espiritual si buscamos fórmulas bíblicas para nuestra vida cristiana. Las Escrituras no nos dan fórmulas, sino principios que nosotros hemos de trasponer a nuestros días, a nuestro entorno, a nuestra realidad existencial. De lo contrario viviremos rodeados de arcaísmos de conducta que atufan a sectarismo y nos impiden la comunicación con los demás.

Millones confunden el significado con la fórmula. Pero ciertamente no se trata de lo mismo. El significado de un montón de piedras, del agua del arroyo, de las nubes, del canto de los pájaros, de una calle atestada de gente, de un cielo estrellado, de una montaña que sólo es azul en la distancia, no puede reducirse a una formulación vertida en conceptos.

Es inmensa la libertad que se experimenta cuando asumimos definitivamente que una fórmula, por muy sagrada que sea o nos lo parezca, es y será siempre inútil. Quizá sea por eso por lo que Jesús nos dijo que no llamáramos a nadie “Maestro”, ni “Señor”, ni “Padre”.

Primeramente porque sólo tenemos un “Maestro” que es el “Cristo”, el “Mesías”; y en segundo lugar porque “Señor” y “Padre” sólo es el Eterno, Padre de Jesús de Nazaret y Padre nuestro que está en los Cielos.

En las pisadas de Jesús descubrimos un día que las fórmulas no se hallan en la Biblia, sino los principios que nos permiten ver a Dios y a nosotros mismos en los otros, en cada proceso y movimiento de la vida, y que sólo tenemos que aprender a fijarnos, a dejar de mirarnos siempre y en todo momento nuestro propio ombligo.

Si lo hacemos, no tardaremos en tener ojos para ver y oídos para oír.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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