Nº 1621 – 26 de Julio de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

Cuando Jesús nos dijo que al dar limosna (griego: “justicia”) no sepa nuestra mano izquierda lo que hace nuestra derecha, creo que nos estaba tratando de enseñar que los actos de justicia deben ser como la felicidad y la santidad.

Es feliz quien logra la sabiduría divina de ser feliz sin razón alguna. Y lo mismo es aplicable a la santidad.

Una buena acción nunca es tan buena como cuando no somos conscientes de dicha acción. Jamás podremos ser tan felices como cuando no hay motivo aparente para que lo seamos.

Cuando la felicidad está planificada es como cuando compramos un regalo muy caro sabiendo nosotros hacer algo con nuestras manos.

Cuando la santidad es un acto de bondad planificado es cuando la santidad degenera en santurronería.

Conviene que dediquemos tiempo para comprender que toda la virtud que pueda haber en nosotros no es virtud en absoluto. ¿Qué es? No lo sé, pero desde luego de virtud no tendrá nada.

Para la felicidad auténtica y la santidad verdadera no es menester realizar ningún esfuerzo.

Los esfuerzos pueden modificar las realizaciones externas a nosotros, pero nunca a nosotros mismos.

Cuando comprendemos nuestra felicidad, ésta desaparece; cuando comprendemos nuestra santidad, ésta se disuelve.

Tampoco es cuestión de deseo. Cuando deseamos felicidad nos volvemos ansiosos e insatisfechos. Cuando anhelamos la santidad, nos ocurre algo parecido.

Pero cuando nuestro anhelo es que Cristo Jesús reine en nosotros por su Santo Espíritu, entonces las cosas cambian completamente.

Es Él en nosotros nuestra esperanza de gloria.

Es Él quien pone en nosotros el querer y el hacer su voluntad.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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