Nº 1612– 24 de Mayo de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

El perdón es el ingrediente esencial e indispensable para la felicidad.

Nos permite dejar atrás el pasado, volver la página para seguir leyendo la vida.

Ahora bien, el perdón no puede imponerse, como tampoco se puede forzar a amar.

Cuando somos valientes como para abrir nuestros corazones ante nosotros mismos, descubrimos la necesidad de perdonar. Las fuerzas para hacerlo nos llegan del propio perdón que Dios nos otorga.

El Santo Espíritu de Dios nuestro Señor es el cultivador del perdón. Y lo hace primeramente  mostrándonos lo que hay en nuestros corazones: vergüenza, venganza, remordimiento, e incluso nuestra autonegación de ser humanos, por haber permitido que el “superyó” ocupara casi todo el espacio de nuestra conciencia.

En segundo lugar, el Santo Consolador nos muestra que no tenemos necesidad de seguir arrastrando la pesada carga de nuestra conciencia saturada de pecado, es decir, de todo aquello que no procede de la fe.

En tercer lugar, el Espíritu Santo de Dios nos revela a Jesús ocupando nuestro lugar en el juicio y el castigo de la Cruz del Calvario.

En cuarto lugar, el Espíritu del Padre y del Hijo derrama el inmenso perdón que hay para nosotros, desde el corazón de Dios a nuestros corazones, por la sola gracia misericordiosa del Señor, para que podamos perdonar como hemos sido perdonados.

Así es como podemos descubrir el perdón como la pura y libre expresión de la presencia divina en nuestros corazones, esa luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Esa luz nos revela que cada momento de nuestra vida es y puede ser la oportunidad de iniciar un nuevo comienzo.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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