Nº 1611– 17 de Mayo de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

La vida es gloriosa, es don divino, regalo del Altísimo, soplo de divinidad, energía del cielo, y su apreciación es fuente de inspiración, elevación del alma, ampliación de perspectivas y energización incomparable. Pero si sólo es eso, fácilmente comenzamos a mirar despectivamente a los demás, particularmente a aquellos menos privilegiados, o menos conscientes de la gloria de vivir.

Podemos con suma facilidad dejar de mirar en la dirección en que se hallan los desfavorecidos, y caer en la trampa de pensar que todos están bien cuando nosotros estamos bien; que todos son felices porque nosotros lo somos; que si nosotros estamos gozosos ha de ser porque lo merezcamos. La soberbia hace entonces acto de presencia tan pronto nosotros nos exaltamos sobremanera y adoptamos un concepto de nosotros mismos por encima de los demás. Son los momentos en que Dios en su infinita misericordia, y por lo mucho que nos ama, tiene que dejar que nos alcance algún dardo puntiagudo que nos duela y haga volver en sí, para que reconozcamos que en nuestra debilidad es donde se manifiesta y perfecciona la gloria de Dios.

En medio de la glorificación y de la angustia brota la paciencia, la que algunos han definido como “la ciencia de la paz”. Ella nos mueve a dejar que todas las cosas se desenvuelvan a su propio ritmo. La paciencia no se aprende en medio de la bonanza y la calma chicha. Es imposible aprenderla cuando todo está armonizado, y nuestra vida transcurre como una travesía sosegada. Dentro de un cuarto cerrado, con las persianas bajadas, y con la temperatura adecuada, todo puede parecernos en paz y tranquilidad; todo dispuesto para que durmamos plácidamente, pero tan pronto el viento abre las ventanas con su fuerza irrefrenable, todo se viene abajo, y descubrimos que ahí afuera está presente la tormenta. La paciencia implica la voluntariedad de permanecer vivos, aunque azoten los vientos, en lugar de buscar la armonía de un cuadro pictórico, irreal, puro artificio de la imaginación. La vida, con sus pros y contras, será siempre mejor que un bodegón, un retrato, un paisaje o una marina de colores sobre un lienzo.

Mucho amor.               Joaquín Yebra,  pastor.

 

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