Nº 1609– 3 de Mayo de 2015
Muchos de nuestros viajes son hoy día tan instantáneos como las sopas y los brebajes calientes. La instantaneidad es una de las características de la vida moderna. Parece que para todo hay unos botones “on” y “off”.
Pero hubo un tiempo en que los preparativos del viaje ocupaban mucho tiempo. El viaje mismo ofrecía el encanto de recorrer campos, cruzar montañas, vadear ríos y sortear muchos obstáculos antes de llegar a nuestro destino. Hoy las cosas son muy diferentes. Sólo nos importa llegar a nuestra meta. Nuestra mirada está puesta en el destino, no en el camino.
De ahí que también el sentido del conocimiento haya cambiado, hasta el punto de hacernos creer que lo importante no es saber, sino conocer dónde se encuentra almacenada la información. De ese modo estamos poniendo grandes impedimentos al pensamiento articulado.
El camino de nuestra vida no está prefabricado. Es algo que no existe, sino que somos nosotros quienes recibimos de Dios la facultad de construirlo y recorrerlo. La senda que estamos cubriendo es la evolución momento a momento del mundo de los fenómenos, de los pensamientos y las emociones.
Los principios de las Sagradas Escrituras son el mapa que Dios nos torga, la hoja de ruta para nuestro viaje. Y de ese modo la vida entra en nuestra existencia paso a paso, y al mismo tiempo va quedando atrás en la medida en que cubrimos las etapas del viaje.
Jesús nos ha dicho que Él es la puerta, el camino verdadero que conduce a la vida. Y cuando nosotros asumimos esta realidad, que la meta es camino, que la vida, la fe y la esperanza no son estáticas, sino dinámicas, todo cuanto ocurre a lo largo del viaje adquiere sentido y propósito. La calzada está pavimentada por el amor de Dios, sus mojones son indicativos de la ruta a seguir, y todos los viajeros somos peregrinos y hermanos. Cristo Jesús, nuestro Hermano Mayor, es nuestro guía seguro y veraz.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.