Nº 1607– 19 de Abril de 2015
No solemos ser capaces de cambiar situaciones, pero siempre podremos cambiar de actitud. Ahora bien, no sólo es beneficioso el cambio de la actitud que siempre precede al acto, sino que también es necesario permanecer naturales.
¿Sabemos cuál es la diferencia entre una fotografía instantánea y un retrato haciendo pose? Seguro que sí. Y nos habremos percatado de que las viejas fotos posando nos resultan graciosas porque nos vemos grotescos. Y no sólo las fotos de los abuelos, sino también las nuestras de algunos años atrás.
El cambio fundamental de actitud es como nuestra respiración, cuando hemos estado algún tiempo en un espacio cargado y cerrado, y salimos a la intemperie y respiramos hondo. El terreno fundamental de toda acción compasiva radica en la importancia de trabajar con en lugar de luchar contra. Quiero decir que en lugar de luchar contra el ambiente cargado, contra la atmósfera irrespirable, hay que salir afuera y respirar hondo, o bien abrir las ventanas de par en par para que se airee el espacio.
Ahora bien, los cambios de actitud no acontecen de la noche a la mañana, ni mucho menos al chasquido del dedo, sino gradualmente, a la velocidad que cada uno de nosotros somos capaces de imprimir al cambio.
Ante lo inaceptable de nosotros mismos hemos de inhalarlo haciéndole más espacio dentro de nuestro ser. Vamos a descubrir que lo inaceptable es tal por falta de espacio, por estrechez existencial. Si abrimos el armario de nuestra vida y dejamos que penetren la luz y el aire, vamos a comprobar que no se escondían monstruos en él; que todo era fruto de nuestra imaginación, saturada de aire viciado.
Urge que encendamos las luces y nos atrevamos a vernos honestamente en el espejo de nuestra habitación, de nuestro habitáculo, de aquellos con quienes habitamos. Esas luces que preavisamos prender provienen del Santo Espíritu de Dios, que nos anhela ardientemente.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.