Nº 1600– 1 de Marzo de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

El viaje de la agresión a la práctica de la auténtica amabilidad es un recorrido que se adquiere desde el hogar, pasando por la escuela y por todas las demás estaciones de la vida.

Tocar con delicadez y gratitud nuestros encuentros con los demás, en lugar de ir dando golpes y abriéndose paso a patadas, debería ser el deporte que todos practicáramos.

Si buscamos el camino de la sencillez y la apreciación de la vida de los demás, nuestra propia vida discurrirá por mejores rutas.

Hay que comenzar por despertar el cariño que duerme en todos los corazones; el cariño que es imprescindible para todos los actos de la vida, sin necesidad de esperar el momento de una gran acción.

Aspirar a ser felices es un imposible cuando no somos conscientes de que esa misma aspiración es compartida por todos los demás.

Un buen ejercicio consiste en pensar en alguien que nos resulte indiferente, y diferenciarlo, humanizarlo, proyectando nuestro anhelo de felicidad sobre esa persona.

Nuestro universo cambia para bien cuando permitimos que el cariño crezca para comprender a todos los otros, disolviendo las barreras heredadas y las que nosotros mismos nos hayamos construido.

Extender la ternura del cariño hacia todos es experimentar una realidad desconocida para los más; sentirnos dentro de un círculo que se agranda haciéndose universal. Y en esa práctica llegaremos al punto en el que las palabras dejan de ser necesarias, y los rencores, y los deseos, y todas las cosas.

Esa es la simplicidad no conceptual de descubrirnos criaturas del universo divino, ni más ni menos que las flores, los árboles, las aves y las estrellas.

¡Qué lejos queda entonces el mundo de los titulares de los periódicos y los demás medios! ¡Qué cerca nos sentimos entonces de Dios!  Mucho cariño.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

 

 

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