Nº 1593– 11 de Enero de 2015
La falta de caridad condena. El Evangelio salva, porque es la Buena Noticia del Dios amante y perdonador que nos salva de nuestros egoísmos y nos traslada al campo fructífero de la caridad, del amor, de la entrega, del sacrificio, de la verdadera felicidad. La caridad no sólo tiene una voz dulce, sino clamorosa. Es el lenguaje que Dios habla, y, por tanto, el idioma que el Eterno entiende.
Si un día Dios tuvo que decir por medio del profeta Isaías que estaba hastiado de los sacrificios de animales, mientras el corazón de su pueblo permanecía endurecido ante la penuria de los empobrecidos, hoy tiene que decirnos que está cansado de nuestras ruidosas alabanzas y de los escritos de los sesudos filósofos disfrazados de teólogos. Es la práctica del perdón y la caridad generosa lo que blanquea nuestros pecados, por cuanto dicha praxis es fruto del Espíritu Santo, y su fundamento es el sacrificio de Jesucristo en nuestro lugar en la Cruz del Calvario.
Juicio sin misericordia se hará a quienes no practiquen la misericordia, y la misericordia triunfará sobre el juicio. (Epístola Universal de Santiago Apóstol 2:13). Nadie, por grandes que fueran sus obras de justicia, podrá comparecer ante Dios y exigir en justicia su salvación eterna. Todos precisaremos de acogernos a la misericordia divina. La salvación la esperamos, pues, en la caridad divina, en el amor de Dios en Cristo Jesús, que supera todo conocimiento, el que impulsó a Jesús de Nazaret a verter su sangre y sufrir la mayor desdicha por nosotros.
Podemos tener la seguridad de salir del juicio perdonados, no por nuestros supuestos merecimientos, sino sólo, única y exclusivamente por la benignidad de Dios, quien nos conduce al arrepentimiento de nuestros pecados, y nos otorga la fe de Jesucristo.
Nunca nos faltará amor para amar ni perdón para perdonar, ni gozo para compartir, si nuestro refugio es Jesucristo el Unigénito Hijo de Dios.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.