Nº 1.640 – 6 de Diciembre de 2015
Parece que fue ayer, y ya estamos estrenando el último mes del año. ¿Vuela el tiempo, o somos nosotros quienes volamos por él? Me inclino a pensar que es lo segundo.
Necesitamos también liberarnos de algunos modelos insensatos del tiempo, lo que hace que éste se escape de nosotros como el agua cuando pretendemos sujetarla en nuestras manos, pero se nos escapa entre los dedos.
Al ser un bien intangible, caemos en el error de pensar que disponemos de todo el tiempo del mundo; pero la realidad es que se trata de un bien tan escaso como nuestro dinero.
Algún día nos daremos cuenta de que el tiempo y la vida son una misma realidad. La vida pasa, transcurre, y creemos que hay algo que también pasa junto con ella. Pero la realidad es que ni la vida es espiral, ni el tiempo tampoco.
Creo que es cierto que volvemos siempre al punto de partida, pero no por movimiento espiral, sino por ciclos sinuosos por los que podemos quedarnos estancados o bien elevarnos cada vez a un nivel más alto.
Jesús nos invita a subir al monte para orar, para renovar fuerzas, pero no acepta que hagamos enramadas y nos quedemos allí tan a gusto, sino que nos insta a descender al valle, donde están quienes no han ascendido a la cumbre. Por eso hemos de ir a ellos para darles la buena noticia de la gracia divina.
Para describir esa proclama, los primeros cristianos de lengua griega emplearon la voz “epifaneia”, de donde nos viene “epifanía”, es decir, “proclamación”, como la que hicieron los sabios de oriente, los que vinieron a rendir homenaje a Jesús de Nazaret niño, en su camino de regreso a su tierra.
Hacer de nuestra vida tiempo de epifanía es redimir el tiempo que Dios nos otorga para compartir con los compañeros de viaje. Jesús, por el Espíritu Santo, siempre nos acompañará en esa dirección de tiempo y espacio.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.