Nº 1.637 – 15 de Noviembre de 2015
El mal no tiene nada que hacer en un corazón genuinamente entregado a Jesucristo. La terapia humana, bien intencionada y rigurosamente científica puede hacer algo, pero lo que el Santo Espíritu de Dios puede hacer y hace cuando hay una verdadera entrega al Señor, es incomparablemente superior.
Cuando somos conscientes de la veracidad de la promesa divina de venir a morar en nuestros corazones, en nuestras conciencias, no hay maldición que pueda afectarnos. Nuestras malas experiencias, que sin duda han dejado una huella honda en el alma, son borradas por el bálsamo del Santo Consolador. Las heridas antiguas, a las que nadie puede tener acceso, se exponen a la dulce mirada de Cristo Jesús en el Espíritu. Y es la presencia de Cristo en nuestra heridas donde se produce el milagro de la sanidad.
Cuando tenemos a Cristo Jesús en el corazón, cuando la gracia salvadora del Dios Eterno mora en la conciencia del humano, la desgracia y el dolor que rugen en el interior salen avergonzados de nuestra vida, por cuanto si Cristo Jesús está presente, no hay lugar para ellos. Cuando tratamos este tema, aunque sea con la brevedad de nuestro boletín Unánimes, no podemos evitar que vengan a nuestra memoria los versos inigualables de nuestra hermana Teresa de Ávila: “Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda;
La paciencia todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene nada le falta.
Sólo Dios basta.”
La experiencia interna y personal de Dios nos lleva a la libertad auténtica y genuina de todos los miedos y complejos.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.