Nº 1.626 – 30 de Agosto de 2015
La inseguridad no tiene sus raíces fuera de nosotros mismos, sino en nuestro más hondo interior.
Cuando intentamos cambiar los aspectos exteriores de nuestra inseguridad, pronto descubrimos su imposibilidad y caemos en la frustración.
Hay personas que aunque se encuentran en las mismas condiciones que pueden afectarnos a nosotros negativamente, son capaces de remontar esa situación asumiendo su necesidad de una nueva programación.
Son quienes han descubierto que su programación les ha sido impuesta por un sistema cuya autoría es de personas inseguras que, cuando todavía éramos muy jóvenes e inmaduros, y por lo tanto muy impresionables, nos enseñaron con su comportamiento y sus reacciones a ser como somos.
El resultado es que siempre que el mundo exterior no se ajusta a una determinada norma, debemos gestar en nuestro interior una atmósfera de confusión que conocemos por “inseguridad”, y hacer cuanto esté a nuestro alcance por reordenar dicho mundo exterior al gusto del público, aplacando y agradando a los demás.
Pero cuando nuestra mirada está puesta en nuestro Señor Jesucristo, nos damos cuenta de que Él no actuó de esa manera, y por lo tanto no cayó en la red de los que le hubieran defendido si se hubiera dejado moldear por ellos y sus intereses.
La desaparición de los sentimientos de inseguridad se produce cuando aceptamos la invitación de Jesús de Nazaret a contemplar los lirios de los campos, las aves de los cielos, el afán diario sin llevarnos problemas a la cama, el perdón antes de que se ponga el sol a quienes nos ofendieron , el cariño compartido, y la busca del Reino de Dios y su justicia como primer objetivo.
Todo lo demás se nos dará por añadidura.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.