Nº1575– 7 de Septiembre de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Decía Sadhu Sundar Singh (1889-1929), el evangelista convertido a Cristo desde el hinduismo, que “en India, un buey con los ojos tapados da vueltas todo el día en torno a una piedra en la almazara. Cuando al atardecer se le quita la venda de los ojos, el animal se encuentra en el mismo lugar donde comenzó su ‘viaje’, pues sólo ha estado dando vueltas en un círculo, y aunque ha producido algo de aceite, no ha avanzado un solo metro. Así ha sido con los filósofos, que han estado dando vueltas durante siglos sin alcanzar su meta. De vez en cuando, y tras mucha labor, ellos también han producido algo de ‘aceite’ que han dejado a su paso, pero nunca ha sido suficiente para curar la ulcerada herida de la humanidad.”

Y añadía “Del mismo modo que el agua salada del mar se eleva por efecto de los calientes rayos del Sol, y gradualmente va tomando la forma de nubes, y convertida en agua dulce cae en forma de lluvia sobre la tierra, habiendo dejado atrás en su elevación la amargura de la sal, así también los deseos y pensamientos del hombre de oración se elevan como emanaciones del alma, los rayos del Sol de Justicia, Jesucristo, los purifica de toda mancha de pecado, y sus oraciones se transforman en una gran nube que desciende de los Cielos en forma de lluvia de bendición refrescante sobre muchos corazones resecos.”

Contaba Sundar Singh que “encontrándose en un poblado de Tibet reparó en un grupo de gente que observaba un árbol que ardía mientras todos le dirigían sus miradas. Al aproximarse vio que en las ramas de aquel árbol en llamas había un nido en el que se encontraban unas crías. La madre quería salvar a sus polluelos y revoloteaba alrededor del árbol, pero no podía hacerlo por cuanto las llamas se lo impedían. Cuando éstas alcanzaron el nido, la gente en torno al árbol esperaba para ver qué sucedería. Nadie podía encaramarse en el árbol que ardía. Nadie podía hacer nada. La madre podría haberse salvado fácilmente echando a volar, pero en lugar de hacer tal cosa, se posó sobre su nido cubriendo a sus polluelos con sus alas. Cuando el fuego le alcanzó, en unos segundos la convirtió en ceniza. Así demostró su amor por sus crías, dando su vida por ellas. Si una insignificante criatura tuvo tal amor, cuánto más tendrá nuestro Padre Dios por los hijos de los hombres, sus delicias.”

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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