Nº 1590– 21 de Diciembre de 2014
Si esta Navidad sirviera para que descubriéramos que estamos hechos para ser felices, ése sería el mayor y mejor regalo festivo.
Si además descubriéramos que estamos hechos para la felicidad de nuestra familia, parientes, hermanos y amigos, el regalo ya sería impresionantemente valioso, superando nuestras mejores expectativas.
¿No te das cuenta de que los demás necesitan de tu bondad, cariño, sonrisa y corazón?
Es duro decir esto, pero es una realidad incuestionable: Si sólo pensamos en nosotros mismos, sobramos, estamos de más, sólo somos rémora.
La vida carece de sentido cuando sólo vivimos para nosotros mismos y somos carga para los demás, de quienes lo esperamos todo, sin estar dispuestos nosotros a dar nada.
El egoísmo nos hace creer que siempre hemos de ser acreedores, jamás deudores a nadie. Esta es la verdadera causa de toda nuestra infelicidad. Por eso nos ha dicho nuestro Señor que necesitamos volvernos como niños para ver y entrar en el Reino de Dios. Recordemos que los niños son simples, sencillos, sin doblez, espontáneos, alegres y contentos.
¿No te has mirado en el espejo de Dios para darte cuenta de que eres un grotesco barril de quejas y reclamaciones? ¿No te das cuenta de que no podrás ser feliz mientras persistas en pensar sólo en ti mismo, sin aliviar, en silencio al menos, las heridas de los que lloran y de los que ocultan sus pesares bajo espesas capas de maquillaje y sonrisas estereotipadas?
Regala un poco de amor, para lo que no necesitas comprar objetos caros del catálogo de los grandes almacenes.
La felicidad de nuestros prójimos está en nuestras manos, al igual que la nuestra. ¡Vete a dormir temprano, porque mañana tienes que ser amable! Desayunar bien también ayuda.
Mucho amor, y ¡Feliz Navidad! Joaquín Yebra, pastor.