Nº 1586– 23 de Noviembre de 2014
La mente humana, una vez ampliada por una idea nueva, nunca recuperará su dimensión original. Tampoco volvemos a ser los mismos después de haber experimentado un encuentro.
Para quien posee percepción, un simple signo resultará suficiente, pero para quien no está realmente atento, mil explicaciones no le bastarán.
No hay camino largo para quien avanza sin prisa pero sin pausa; pero tampoco hay hombres demasiado lejanos para quien se acerca a ellos con paciencia y tolerancia.
Necesitamos reconocer que no son fuerzas las que nos falta, sino voluntad.
Es nuestra apatía la causante de nuestros desengaños, y ésta sólo puede ser superada con entusiasmo.
El destino no es una cuestión de suerte, sino de elección; no es algo que espere, sino algo por alcanzar.
También es cierto que todos cuantos han contribuido positivamente a la humanidad, soñaron mientras trabajaban.
Recordemos aquella fábula del conejo y la tortuga: No llegó primero a la meta el más rápido, sino el más constante.
Los sueños positivos, los que vienen de Dios, pueden esconderse por un tiempo, pero son como semillas bajo el suelo; podemos tener la certeza de que brotarán un día en busca de la luz.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño; recordemos que podemos llegar a todas partes, siempre que caminemos lo suficiente.
Dios nos ha diseñado para que crezcamos por encima de nuestro trabajo, superemos las alturas de nuestros conceptos y emerjamos con resultados donde no pensábamos que los hallaríamos. “¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?” (Quino, en “Mafalda”).
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.