Nº 1571– 10 de Agosto de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Jesús de Nazaret no murió por los hombres, sino por cada uno de nosotros, varones y mujeres. Si cada ser humano hubiera sido el único en el planeta o en todo el universo, Dios no hubiera hecho menos en Cristo Jesús.

Por eso es que no debemos tener miedo de que nuestra vida llegue a su fin, sino que hemos de temer que nuestra vida nueva en Cristo Jesús no haya tenido su inicio.

El valle de la sombra de la muerte no presenta obscuridad para ninguno de los hijos e hijas de Dios.

Ese valle ha de tener luz para que haya sombras. Esa luz es Jesús, y ha venido al mundo para vencer a la muerte muriendo, es decir, trayendo la victoria desde dentro de las fronteras de oscuridad de la propia muerte.

Me encantan las palabras de Mahatma Gandhi (1869-1948) respecto a nuestro Señor Jesucristo:

“Un hombre que era completamente inocente, se ofreció a sí mismo en sacrificio para el bien de los demás, incluyendo a sus enemigos, y se convirtió en salvación del mundo. Fue un acto de perfección moral y espiritual inigualable.”

Jesús de Nazaret sufrió y murió por nuestro pecado, substituyéndonos en aquella Cruz del Calvario, ocupando nuestro lugar; pero también entregó Jesús su vida para santificar a la muerte y al sufrimiento.

Cristo Jesús no sólo nos ha hablado con su vida, sino también mediante su muerte. Nosotros vivimos y morimos, pero Jesucristo murió y vivió.

Ya vive para siempre para interceder por nosotros. Su Cruz en la tierra tuvo fin, y es irrepetible, pero su ministerio sacerdotal a nuestro favor continúa en el Santuario Celestial, hasta el Día de su Segunda Venida en poder y gran gloria para buscar a los que le esperan.

¡Ven pronto, Señor Jesús!

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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