Nº 1570– 3 de Agosto de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Jesús se arrodilla para ver los actos más oscuros de nuestras vidas. Pero en lugar de retroceder horrorizado, se aproxima a nosotros todavía más, se ciñe una toalla, pone agua en un lebrillo, y se pone a lavar nuestros pies.

De la vasija de su misericordia saca agua de vida para lavar nuestros sucios pies y con sus manos quita nuestras duras callosidades.

La visión de “Dios arrodillado” es un auténtico escándalo para quienes todavía siguen sin aceptar que Jesús de Nazaret nos ha revelado que Dios mide la grandeza en términos de servicio, no de status.

Por eso se han escrito y siguen apareciendo en las librerías miles de obras acerca de lo que algunos llaman “liderazgo”, con ese anglicismo innecesario en nuestra lengua, en la que contamos con “dirección”. Pero escasísimos los libros que han aparecido acerca de la servidumbre, del servicio, por cuanto el gran contingente busca dirigir, mandar, pero pocos, muy pocos, buscan servir.

Sólo la obediencia producirá la experiencia que nos permita constatar que, efectivamente, lo que Jesús enseñó era y siempre será verdad; que el mayor sentimiento de logro que podemos hallar en la Tierra nunca vendrá de la fama ni de la fortuna, sino de servir a Dios sirviendo a los demás en sus infortunios.

En la oración encontramos a nuestro Señor Jesucristo, quien intercede por nosotros ante el Padre Eterno en el Santuario Celestial, el verdadero, el no hecho de manos humanas. Y en nuestro Señor encontramos también todo el sufrimiento humano.

En el servicio a nuestro prójimo encontramos a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños, y en ellos hallamos el sufrimiento de Cristo Jesús.

Sólo una actitud de servidumbre cambiará a la iglesia y al mundo.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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