Nº 1569– 27 de Julio de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

La idea de morir a uno mismo, a nuestra voluntad, y “tomar nuestra propia cruz”, si es que queremos ir en pos de Jesucristo, es uno de los conceptos más difíciles de aceptar en la fe cristiana.

Sin embargo, su dificultad no radica en que se trate de algo realmente complicado, sino que es difícil porque es arduo aceptarlo.

La teología trata de complicarlo precisamente porque sabemos intuitivamente lo que verdaderamente significa, y no nos gusta la idea, porque a nadie le gusta morir en ninguno de sus posibles sentidos.

Recordemos que Dios en su infinita misericordia otorgó profecías, no para gratificar la curiosidad del hombre al permitirle saber cosas que habrían de ocurrir, sino para que procediéramos al arrepentimiento del pecado; para que los hechos proféticos y sus consecuencias acontecieran después, y para que pudieran interpretarse en el momento de suceder, de tal manera que la providencia divina, no la del intérprete, se manifestara de ese modo en el mundo.

Jesús nos enseñó en su vida y en sus palabras cómo lograr equilibrio entre mostrar compasión y mantenerse enfocado en su ministerio: Manteniéndose perfectamente sintonizado con la voz de su Padre, y Padre nuestro.

Su determinación fue siempre mantenerse en armonía con la voluntad divina, haciendo de ella su comida y su bebida.

Son muchos los que aman el Reino Celestial de Jesucristo, pero pocos los dispuestos a llevar su cruz.

Jesús dijo la verdad a los poderosos de este mundo, puso sus pies en el camino de la Cruz y se negó a permitir que nadie ni nada le apartara de su destino.

Si estamos dispuestos a seguir los pasos de nuestro Maestro, Señor y Salvador, hemos de ser valientes como Él, buscar ser llenos de su Espíritu y dominar nuestros miedos con su fe.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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