Nº 1565– 29 de Junio de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Cuando las gentes acudían a nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo, Él nunca les preguntaba, antes de sanarlos, cuál era el tipo de pecado o de comportamiento en que se hallaban. Jesús les sanaba y les decía después, “vete y no peques más.”

Dios no nos guía a sus hijos e hijas alrededor de las dificultades, sino precisamente a través de ellas. Y en medio de esas dificultades está más cerca de nosotros que en cualquier otro momento o circunstancia.

Por eso es que cuando entramos en comunión con nuestro Señor Jesucristo y probamos su intenso amor, deja de preocuparnos lo relativo a nuestra propia comodidad o incomodidad, hasta llegar a regocijarnos en medio de las pruebas y del sufrimiento por amor a Cristo.

Del mismo modo que, por el gozo puesto delante de Él ante su sacrificio por nosotros en la Cruz llegó a menospreciar el oprobio, así también nosotros por el gozo puesto delante de nosotros en el seguimiento de Cristo, llegamos a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, y seguir las pisadas del Maestro.

Consideremos las decepciones humanas que nuestro Señor Jesucristo toleró: Rechazo en su tierra natal por parte de las autoridades, asedio y persecución por el clero, incomprensión de su propia familia, traición de uno de sus más cercanos discípulos…

Pero, aún así, en medio de todo aquello, Jesús nunca se quejó ni se rebeló en contra de su Padre Dios, y Padre nuestro, sino que confió en todo momento, incluso cuando estaba sufriendo dolores indescriptibles en aquella Cruz del Gólgota.

No podemos ser amigos de Jesús de Nazaret sin estar dispuestos a pasar por privaciones, desengaños, padecimientos y dolores.

Debemos aprender a sufrir con Cristo, si anhelamos reinar un día con Él.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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