Nº 1563– 15 de Junio de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

La humildad genuina no es una postura tranquila, reservada y muy santurrona en la vida.

La persona verdaderamente humilde puede ser sencilla, y, al mismo tiempo, saber disfrutar de la vida; reír y llorar con la mayor expresión; poseerlo todo si sentirse dueño de nada, y saber que nunca escaseará la bolsa de quien comparte con los necesitados.

La auténtica humildad permite vivir a ras de suelo, pero con el corazón bien alto.

La humildad desnuda permite mirar al suelo para no tropezar, y elevar la mirada por encima de las copas de los árboles.

Es el deseo hondo de reconocer que a Dios pertenece toda la gloria, la honra y la alabanza.

Por eso es que cuando meditamos acerca de la humildad de nuestro Señor Jesucristo, comprendemos lo muy lejos que estamos de ser humildes.

Nuestro Señor, tanto cuando estuvo en carne, como hoy por medio de su Santo Espíritu, siempre se siente atraído por las debilidades.

No se resiste a aquellos que humildemente y con sinceridad de corazón admiten cuán desesperadamente le necesitan.

Los verdaderamente humildes no por eso se creen menos que los demás, sino que piensan menos en sí mismos.

El talento lo da Dios: Seamos agradecidos.

La alabanza la dan los hombres: Seamos humildes.

La vanidad la damos nosotros mismos: Seamos cuidadosos.

La humildad verdadera siempre ganará el mayor respeto.

Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.

 

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