Nº 1559– 18 de Mayo de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Cuando preguntaron a un hermano de una pequeña comunidad cristiana sobre las peculiaridades de su hermandad, éste respondió diciendo que algunos de los hermanos podían leer las Sagradas Escrituras y meditar en ellas durante horas, mientras que otros apenas podían hacerlo durante unos minutos; algunos tenían inclinaciones intelectuales, mientras que otros eran de muy sencilla formación; pero ninguna de aquellas diferencias era importante.

El mayor problema entre ellos era que cada uno había tenido o tenía una madre que freía las patatas de diferente manera. Eso sí que era un problema grave para la hermandad.

Las diferencias entre los individuos o bien se absorben cuando se forma una comunidad, o bien se agrandan hasta convertirse en auténticos campos de batalla.

La mayoría de los agravios e irritaciones que se producen en la vida cotidiana son el resultado de choques de personalidad respecto a preferencias personales. Y los puntos de fricción pueden ser tan pueriles como la forma de freír las patatas.

Para la vida de la comunidad cristiana, al igual que para cualquier otro grupo humano, es imprescindible establecer un voto de estabilidad; es decir, la promesa solemne y alegre de vivir aceptando la vida en sus propios términos, el más importante de los cuales es entender de una vez para siempre que ninguna comunidad es perfecta. Y si la halláramos, ésta dejaría de serlo tanto pronto tú o yo formáramos parte de ella.

No podemos lograr la paz y la estabilidad emocional hasta que nos desprendamos de la creencia ilusoria de que es posible hallar una comunidad donde todas las mamás de sus miembros frieran las patatas de la misma manera.

Sin embargo, estamos convencidos de que existen verdaderamente las comunidades perfectas. Y se encuentran donde todos aceptan que ninguno de ellos es perfecto, ni llegaremos a serlo jamás, hasta que Dios sea todo en todos.

Mucho amor, con patatas fritas de mil maneras.

Joaquín Yebra,  pastor.

 

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