Nº 1557– 4 de Mayo de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Todos conocemos el dolor de haber sido insultados, y el deseo casi irresistible de devolver el insulto con alguna expresión amarga. Pero también sabemos que cuando actuamos de esa manera, nuestro corazón pierde la paz porque se llena de amargura.

Juan Climaco (c. 575 – c. 649), abad del Monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí, ofrece la siguiente enseñanza llena de sabiduría evangélica en su obra “La Escalera del Ascenso Divino”:

“Del mismo modo que el derramamiento lento de agua sobre un fuego apaga totalmente sus llamas, también lo hacen las lágrimas de genuina tristeza, extinguiendo cada flama de odio e irascibilidad…

Un día vi a tres monjes insultándose y humillándose de la misma manera y en el mismo momento…

El primero creía que había sido herido cruelmente, pero logró no decir nada.

El segundo se sentía contento consigo mismo, pero sentía dolor hacia quien le había insultado.

El tercero sólo pensaba en el daño sufrido por su prójimo, y lloraba con la más ardiente compasión.

El primero actuaba por temor; el segundo lo hacía movido por la esperanza de la recompensa; el tercero era movido por el amor.”

La pena compasiva tiene el poder de disolver la ira, el odio, el rencor y todos los agentes devoradores del corazón y del alma; ablanda nuestras fibras sensibles, y no es fácil mantener la ira hacia una persona a quien compadecemos genuinamente.

Efectivamente, los insultos duelen, pero a quien más duelen siempre, aunque no lo confiese, es a quien lo produce. Si podemos absorber un insulto por amor de Dios, retendremos nuestra paz, herencia de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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