Nº 1552– 30 de Marzo de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Lo peor de padecer un dolor de cabeza, un pinzamiento leve en la espalda, un catarro común, o el simple ardor de estómago, es que son dolencias no suficientemente fuertes como para impedir que vayamos a trabajar y abandonemos nuestras tareas cotidianas. Son achaques frecuentes que hemos aprendido a arrastrar con nosotros. Son molestias que nublan nuestra mente y nos obligan a emplear más energía y atención a nuestra labor.

Eso sí, pueden fácilmente volvernos irritables. Recordamos aquí el consejo que Teresa de Ávila (1515-1582) daba a sus hermanas conventuales, recogido en su obra “Camino de Perfección”: “Si toleramos las pequeñas indisposiciones, no nos quejemos de ellas. Cuando la enfermedad sea seria, ella misma dará sus quejas. Considerad que sois pocas, y si una tiene el hábito de quejarse, desgastará a todas las demás. Aprended a sufrir un poco por amor a Dios, sin que todas las demás tengan que enterarse de nuestro dolor.”

Cuando comenzaron mis molestias por la artrosis reumática en mi rodilla izquierda, y alguien me preguntaba “¿Cómo estás?”, solía retener durante un rato a quien me formulaba la pregunta inocente, contándole con todo lujo de detalles las molestias y dolores que padecía y la incomodidad de aquella situación, hasta que un día nuestro Señor me mostró que me comportaba como un mentecato parvo y pueril, experto en hacer una gran cosa de los pequeños inconvenientes de la vida, comprendidas las dolencias.

¡Qué diferente sería todo si llegáramos a aprender a sufrir un poquito por amor a nuestro Señor y a nuestros hermanos!

¡Qué distinto sería todo si aprendiéramos a sufrir un poquito sin estar descargando nuestros pequeños dolores sobre todos los demás! Si toda mi atención está centrada en mi dolor en el uñero del dedo gordo del pie derecho, en mi pequeño dolor de cabeza, el ligero ardor de estómago y la artrosis de la rodilla, me voy a perder la consciencia de la presencia de Dios en mi vida y el privilegio de teneros por hermanos en Cristo Jesús.

Mucho amor.   Joaquín Yebra,  pastor.

 

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