Nº 1550– 16 de Marzo de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Muchos son quienes creen erróneamente que si en verdad amáramos a Dios, querríamos hacer su voluntad. Pero lo cierto es que lo contrario es muy frecuente. Teresa de Lisieux (1873-1897) escribía a su hermana estas palabras:

“¡Qué gracia cuando, al levantar por la mañana, no sentimos valor, ni fuerzas para practicar la virtud… En un acto de amor, incluso de amor no sentido, todo es reparado y Jesús nos sonríe.”

Teresa había entendido que cuando no tenemos ni fuerzas ni deseos de hacer la voluntad de Dios, el acto de amar a Dios, incluso con un amor no sentido, es más precioso a los ojos del Señor que todos nuestros esfuerzos apoyados en nuestros propios sentimientos.

¿No hemos considerado esto cuando nuestra fortaleza física y emocional está en su punto más bajo, y nuestro menor acto de amor es una expresión del amor a Dios desde lo más hondo de nuestro corazón? Nuestra desobediencia o falta de deseos de obedecer son una realidad que ponemos por encima de nuestro imperfecto amor a Dios, olvidando que, por paradójico que pueda resultarnos, es amor que Dios acepta.

¿Cuándo vamos a percatarnos decididamente de que somos infinitamente más intolerante que Dios nuestro Padre y Padre nuestro? ¿Cuándo vamos a dejar de ser tan duros con nosotros mismos, y como ende con todos los demás?

En esos momentos en que optamos por amar a pesar de nuestros sentimientos podemos acercarnos a la Gracia de Dios mucho más que cuando creemos estar haciendo su voluntad, a veces con un gesto extraño de desagrado.

De modo que cuando sintamos no tener ni un gramo de amor para dar, escojamos de todas maneras amar, y agradezcámosle a nuestro Señor por el milagro asombroso de su Gracia y de su Misericordia.

Comprobaremos en esos momentos que Él siembra en nosotros el querer y el hacer su buena voluntad.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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