Nº 1548– 2 de Marzo de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Woody Allen dijo en cierta ocasión : “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.” Cuando le contamos a nuestro Señor cuáles son nuestros planes cotidianos, Él debe sonreír y decirnos: “Bueno, eso es lo que tú crees.”

Lo que Dios conoce por su omnisciencia, nosotros podemos saberlo por nuestra experiencia. Las cosas no suelen funcionar como nosotros habíamos pensado. De modo que no es mala cosa hacer planes, pero no hemos de apegarnos a ellos con “superglue”. Cuanto más nos empeñemos en que el mundo a nuestro alrededor no interfiera en nuestras vidas “perfectamente organizadas”, peor nos sentiremos cuando comprobemos que sí interfiere frecuentemente, y que además es algo que resulta inevitable.

El hispano Marco Aurelio (121-180 d.C.), uno de los “cinco emperadores buenos” del Imperio Romano, en su obra “El Arte de Vivir”, aseguraba que “la vida es más una lucha que una danza, por cuanto demanda una vigilancia firme ante acontecimientos inesperados.” Es ciertísimo que en la vida hemos de estar preparados para lo inesperado, pero también significa que hemos de estar bien equilibrados para no caer ante los golpes del enemigo. Los luchadores sabían y saben que simultáneamente hay que mantener la mirada en el oponente y en el propio centro de gravedad para no perder el irrecuperable equilibrio. Esto ayuda también a ser pacientes y reconocer que las presiones que experimentamos en la vida, si estamos en la perfecta voluntad de Dios, no son nada más que una pequeña parte del precio a pagar por el privilegio de ser amados para amar, el principal propósito por el que fuimos creados.

Todos podemos tener diferentes ocupaciones, pero la vocación divina siempre será la misma: Amar y perdonar. Como canta el poeta William Blake (1757-1827), en su obra “Songs of Innocence” (“Cantos de Inocencia”):

“Se nos pone en la tierra un pequeño espacio

para que aprendamos a llevar las vigas del amor.”

Mucho amor.   Joaquín Yebra,  pastor.

 

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