Nº 1547– 23 de Febrero de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Es sorprendente que nuestro Señor Jesucristo pronunciara estas palabras en el momento de mayor peligro y tensión de su vida, justamente la noche anterior a su entrega por nuestro pecado: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.” (Juan 14:27).

Jesús nos enseña que no hay contradicción en sus palabras. Es perfectamente posible experimentar ansiedad y al mismo tiempo gozar de paz, por cuanto nuestra alma es como un océano en medio de la tormenta. Mientras que la superficie es agitada fuertemente por la impetuosas olas, en el fondo puede reinar la tranquilidad y la calma.

Así debió ser la situación de nuestro bendito Señor y Salvador aquella noche antes de comienzo de su pasión por nosotros. Su mente estaba turbada ante la proximidad de aquellos acontecimientos, pero su corazón permanecía apaciguado por estar seguro de que estaba en las manos poderosas de su Padre, y Padre nuestro, y que estaba haciendo la perfecta voluntad de Dios.

Lo mismo debe aplicarse a nuestras vidas. Seguramente habremos tomado decisiones difíciles, habremos atravesado tiempos y circunstancias adversas, y, sin embargo, hemos experimentado esa paz que sobrepasa nuestro entendimiento, porque sabíamos que estábamos en la voluntad de Dios.

Esos son momentos en que no podemos apaciguar las olas superficiales, sino que hemos de dejarnos llevar por la corriente y el viento, pero en el fondo de nuestra alma sentimos una paz inmensa, por la certeza de saber que estamos en las manos de nuestro Señor, y estar haciendo su voluntad en obediencia.

Esa paz es parte integrante de la herencia de nuestro Señor Jesucristo.

¿Somos conscientes de ella y la valoramos como corresponde?

Mucha paz y mucho amor.   Joaquín Yebra,  pastor.

 

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