Nº 1543– 19 de Enero de 2013
En su libro “Mozart, Traces of Transcendence” (“Mozart, Huellas de Trascendencia”), el teólogo Hans Küng argumenta que algunos pasajes en la música de Mozart poseen una belleza tan sublime que permiten experimentar momentos de intimidad con Dios. Esto no debe sorprendernos, por cuanto la belleza siempre ha sido considerada propiedad trascendental del Ser y esplendor de la Verdad y de la Bondad Divinas. Si no fuera así, el arte por el arte en todas sus manifestaciones carecería de sentido. Por eso es que algunos místicos, como aquel Pseudo Dionisio del siglo VI, dijeron que la Belleza es uno de los principales atributos del Dios Creador, y que la belleza es la causa de la armonía, de la simpatía y de la comunidad.
Todos nosotros hemos experimentado la realidad de estas afirmaciones en más de una ocasión, aunque puedan habernos pasado inadvertidas. ¿Quién de nosotros no ha quedado extasiado ante una pieza musical o cualquier otra expresión artística, como una obra de la literatura universal, un poema, una pintura, una obra escultórica, un espléndido edificio suntuoso y monumental?
¿Quién de nosotros no ha quedado boquiabierto ante un alba o un ocaso, y ha sentido los trazos de los pinceles de Dios en el gran lienzo del firmamento? No sólo en las galerías de arte, sino también, y sobre todo, en el gran museo abierto de la naturaleza hemos sentido la honda armonía y la simpatía de Dios con todas sus criaturas. En el “Paradiso”, cuando Dante contempla la Creación “sub specie aeternitatis”, a la luz de la eternidad, despierta a la realidad de que el Universo es el revestimiento de Dios. Las experiencias estéticas no nos sacan de este mundo, sino que más bien nos permiten aproximarnos a la mente de Dios.
Sé sincero, hermano, hermana, y reconoce que casi no te acuerdas de cuando visitaste un museo de los 60 que alberga nuestra ciudad. Has pensado que deben ser, como las “granja-escuelas”, sólo para los niños. Así se explica, entre otras causas, la aridez de muchas áreas de nuestra vida, al igual que nuestra pérdida de sensibilidad. Mucho arte de amar. Joaquín Yebra, pastor.