Nº 1461 – 24 de Junio de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

 

“Emmanuel”, “Dios con nosotros”, es uno de los nombres proféticos de Jesucristo, el Verbo Encarnado. Este es el misterio de la Encarnación, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo.

Toda la importancia de lo sucedido en y con Jesús de Nazaret radica en el hecho de que en Jesús se acercó, actuó, habló y reveló el Verbo de Dios al Padre Eterno, el que mora en Jesús, como Él mismo dijo al Apóstol Felipe; en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, como afirma el Apóstol Pablo.

En Jesús se revela Dios como amigo del hombre. Todas las figuras grotescas de los dioses caen fisuradas y fragmentadas ante la sencilla aparición de Jesús de Nazaret.

Todas las creencias revestidas casi siempre de formas mitológicas sobre la filiación divina se desmoronan ante la originalidad, irreductibilidad e insuperabilidad de la manifestación de Jesucristo, su llamada y su obra, más allá de lo que el hombre puede esperar.

Y al mismo tiempo, es evidente por el testimonio evangélico que Jesús de Nazaret fue plena e íntegramente hombre, sin reducción alguna y con todas sus consecuencias. Por eso sintió alegría, tristeza, dolor, comió y bebió con sus amigos, fue tentado en todo a nuestra semejanza, pero sin caer en el pecado. Así pudo llevar el pecado del hombre en su cuerpo y alma sobre el madero de la Cruz, y substituirnos generosamente, ocupando nuestro lugar de juicio y condenación.

Por el testimonio del Evangelio, de los primeros discípulos, y también por el testimonio del Espíritu Santo a nuestro espíritu, podemos descubrir el sentido de ser hombre, y de ser hombre libre en su entrega a los demás.

Con otro léxico, propio de su época, los antiguos concilios afirmaron esto que nosotros destacamos hoy. Por eso afirmamos que creemos en Cristo y que por la gracia de Dios somos cristianos.

Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.

 

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