Nº 1477- 14 de octubre de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

Dijeron los sabios antiguos de Israel que si vamos tras las enseñanzas de las Sagradas Escrituras como se va tras la plata y el oro, el Bendito no nos privará de nuestras salario.

Si un hombre pierde una moneda de plata dentro de su casa, ¿no encenderá todas las lámparas hasta dar con ella? ¿No barrerá hasta el último rincón hasta hallarla? Jesús utilizó esta antigua parábola rabínica para enseñarnos acerca del gozo delante de los ángeles de Dios por un  pecador que se arrepiente, describiendo a la mujer que pierde su dracma y enciende la lámpara y barre la casa en busca  diligente hasta encontrarla; y cuando la ha hallado, reúne a sus amigas y vecinas, y les invita a gozarse con ella por haber encontrado la moneda que se le había perdido. (Lucas 15:8-10).

Pues si por las cosas de este mundo que son efímeras y perecederas somos capaces de buscar y rebuscar y encender todas las lámparas, las palabras de la Santa Ley de Dios, que son de este mundo y del venidero, ¿no habremos de buscarlas como a tesoros perdidos?

Cuando nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo nos pide que escudriñemos las Sagradas Escrituras, porque en ellas nos parece que tenemos la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de Él, nos está instando a escudriñar, a excavar la tierra de la Biblia hasta encontrarnos con el filón del mineral precioso.

Se puede comparar también a otra parábola rabínica, la de aquel señor que contrató a unos obreros para que llenaran una cesta de mimbre con agua. Uno de aquellos trabajadores, muy necio, se dijo a sí mismo: “¿Para qué me aprovechará si meto el agua por aquí y se sale por allí?”

Mientras tanto, el inteligente se decía: “¿No recibo yo mi paga por cada cubo de agua?”

Quiera Dios, quien tan rico es en misericordia, que nuestro esfuerzo por escudriñar las Escrituras nunca decaiga; que nos gocemos en la Santa Ley de Dios nuestro Señor; y que bajo su gracia y providencia seamos capacitados para recorrer el camino hacia la meta eternal.

Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.

 

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