Nº 1473- 16 de Septiembre de 2012
Preguntaron los sabios antiguos de Israel si como el aceite comienza siendo amargo en el paladar, para después volverse dulce, ocurre lo mismo con las Sagradas Escrituras, y la respuesta fue la que hallamos en el libro del Cantar de los Cantares 4:11, donde a la Torá se le compara con la amada y con la miel: “Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.”
Del mismo modo se expresa el Salmista: “Deseables son (los juicios del Señor) más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panel.” (Salmo 19:10).
Los sabios antiguos entendieron que la comparación de las Sagradas Escrituras con la leche nos habla de la falta de impurezas, por cuanto pocas partículas contaminantes son precisas para que la leche se deteriore rápidamente. Por eso está escrito: “El oro no se le igualará, ni el diamante.” (Job 28:17).
Y en sus discusiones, los sabios continuaron preguntándose si porque la leche en estado natural es insípida, lo mismo puede afirmarse de la Palabra de Dios. Su respuesta fue hallada en el razonamiento de que por eso precisamente se nos presentan juntas “la leche y la miel”, un conjunto inseparable para mantener su dulzor, formado por dos elementos compatibles, y que al mezclarse no perjudican al organismo humano, sino que lo restauran y vigorizan.
Por eso es que las Sagradas Escrituras afirman que fiarnos de la Palabra de Dios “será medicina a nuestro cuerpo, y refrigerio para nuestros huesos.” (Proverbios 3:8). Y después añade: “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo.” (Proverbios 4:20-22).
¡Quiera el Señor que su Bendita Palabra nunca deje de ocupar su lugar central en nuestra vida y en nuestra comunidad cristiana!
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.