Nº 1470 – 26 de Agosto de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

La prueba decisiva de nuestro carácter cristiano se halla en la superación de lo negativo.

Creemos que la superación, pues, de todo negativismo se encuentra en la Cruz de Cristo, en su significado y en su victoria.

Ahora bien, el seguimiento de la Cruz de Jesucristo no tiene absolutamente nada que ver con la adoración o veneración de un instrumento cúltico-litúrgico, sea del material que sea, ni la interiorización mística separadora de la realidad inmediata, sino, antes bien, significa correspondencia práctica. Es más, creemos que el verdadero místico está muy firme con sus pies a ras de suelo, sin relación alguna con el escapismo fraudulento.

La llamada al discipulado cristiano es una convocatoria a vivir una vida crucificada con Cristo, en la que, como dijo el Apóstol Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Seguir la Cruz de Cristo es seguir a Jesús de Nazaret. Es imitación ética de la vida de Aquel que nos amó sin merecerlo, y que entregó su vida en rescate por la nuestra.

Tristemente, he leído a teólogos tenidos por algo que enseñan que el seguimiento de Jesucristo no significa la copia fiel del modelo de la vida del Maestro, predicación, muerte y resurrección. A sus “monaguillos” de por aquí también se lo he oído. Además de profunda tristeza, he sentido también la nausea que repugna semejante enseñanza, que ha penetrado incluso en algunas instituciones teológicas de ese mundo que sigue llamándose “evangélico”. Ahí creemos que se halla la raíz de la pérdida de la mística y de la espiritualidad en el protestantismo burgués.

Sí, efectivamente, la Cruz es un desafío, es un reto a seguir en el camino de Jesús tanto las alegrías como los dolores. No buscando el dolor, sino soportándolo; no sólo soportándolo, sino combatiéndolo; y no sólo combatiéndolo, sino transformándolo.

¡Atrás el mundo, la Cruz delante! ¡No volvemos atrás!

Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.

Categorías: Año 2012