Nº 1466 – 29 de Julio de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

Sólo podemos ver en los demás aquello que hemos visto en nosotros mismos.

Por eso es que quien no ve a los otros es porque no ha mirado dentro de sí, porque vive de la apariencia de si mismo, de la superficialidad de su piel; porque no hay en él o en ella retrospección ni introspección.

No podemos amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos. Esa es la medida veraz.

Si vivimos guerreando con los otros es porque hay una guerra en nuestro interior.

Como dijeron los sabios antiguos, “un momento de mente iracunda puede quemar toda la bondad acumulada durante innumerables etapas de nuestra vida.”

Dijeron los sabios antiguos que hay tres cosas que actúan como ácidos corrosivo en el corazón de los hombres: La ira, la avaricia y el abuso de la autoestima.

Ahí radica la razón por la que precisamos ser saturados con el Santo Espíritu de Dios, para que nuestra ira se convierta en paz, nuestra avaricia en amor y nuestra estima no sea mayor que lo que debe de ser, para lo cual hemos de considerar a los demás como superiores a nosotros mismos.

Dijo el sabio antiguo: “Busqué mi alma, y a mi alma no la pude ver; busqué a mi Dios, y mi Dios me eludió; busqué a mi hermano, y encontré a los tres”.

Jesús no nos ha dejado ni libros, ni monumentos, ni palacios, ni ninguna de las cosas perecederas de la vida. Su herencia es bien conocida: “La paz os dejo; mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.”

Esa es nuestra herencia como discípulos del Señor. Es de incalculable valor. Nadie nos puede robar semejante joya. Tampoco puede caer en las redes del mercantilismo. Nada puede superarla, por cuanto Dios es amor, y el amor nunca deja de ser.

Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.

 

Categorías: Año 2012