Nº 1463 – 8 de Julio de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

 

Anthony de Mello escribió un breve relato en el que un gran sabio, premio Nobel, se disponía a dictar una conferencia que había sido profusamente anunciada con el título “La Destrucción del Mundo”.

Asistió mucha gente, y entre ellos también los grandes líderes mundiales. Todo apuntaba a una larga conferencia saturada de datos estadísticos y revelaciones científicas. La expectación era grande. Todos los medios de comunicación estaban presentes.

Cuando el sabio accedió al frente todos quedaron sorprendidos al comprobar que llevaba sus manos vacías, sin notas, sin un solo papel. Tras un breve silencio, el sabio abrió sus labios y dijo pausadamente:

“Estas son las seis cosas que acabarán con la raza humana:

La política sin principios; El progreso sin compasión; La riqueza sin esfuerzo; La erudición sin silencio; La religión sin riesgo; Y el culto sin consciencia.”

Después de retirarse, el silencio debió ser espeso, pesado, cortante, y seguramente nadie se levantó de su asiento hasta que pasaran algunos momentos.

Hay mucha vanidad e hipocresía, decrepitud y muerte dentro de nuestros armazones óseos cubiertos de carne y sangre. No fuimos diseñados para semejante carga.

Por eso es que cuando somos niños nuestro cuerpo es blando, pero según nos vamos acercando a la muerte nos volvemos duros y rígidos.

En eso nos parecemos mucho a las plantas, flexibles y tiernas mientras están vivas, pero endurecidas y secas cuando están muertas. ¡Pensar que el poste de la luz o del teléfono –de éstos ya quedan pocos- fue un día un árbol verde!

La dureza y la rigidez son características de la muerte. La flexibilidad y la blandura lo son de la vida. Por eso las armas son duras y afiladas.

Más flexibilidad. Más amor. Joaquín Yebra, pastor.

 

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