Nº 1457- 27 de Mayo de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

Jesús no nos remite a un nuevo “Dios”, sino al Creador y Dueño de todos los universos, el Dios de Israel para todas las naciones y pueblos y tribus y lenguas.

Jesús revela al Dios y Padre de los perdidos y de los desheredados.

Naturalmente, el poder de todos los colores -político, religioso, nacionalista e imperial- se levanta contra Él.

No les queda alternativa: O le reconocen como quien se da a conocer, o tienen que procurar aplastarle y erradicarle; borrarle como si nunca hubiera existido.

La muerte es la consecuencia de la vida de Jesús de Nazaret. Su violento final estaba ya implícito en la lógica de su actitud, y también en la lógica de sus enemigos.

La violenta Pasión de Jesucristo fue el efecto de la reacción de las autoridades religiosas vendidas al poder imperial romano. Su preocupación fue seguir gozando de sus privilegios; cuidar los aspectos externos del ritualismo leguleyo; salvaguardar la integridad del templo de piedra.

Jesús se convierte en el representante de todos los transgresores de la Ley de Dios. Ocupa nuestro lugar de transgresores, de pecadores, de reos de condenación.

Para explicar la condena de Jesús, basta con considerar su predicación.

Para explicar sus padecimientos, basta con considerar sus acciones.

Pero con la muerte de Jesús no se acabó todo. El Resucitado vive para siempre con su Padre Dios. Ha entrado en el Santuario Celestial, el no construido de manos humanas, y hecho Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec, intercede por nosotros ante el Padre de las luces, el Padre de la Majestad en las Alturas.

Desde allí ha de volver para tomar consigo a los suyos, conforme a sus promesas.

¡Ven, Señor Jesús! Amén. Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.

 

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