Nº 1453 – 29 de Abril de 2012
El filósofo Arthur Schopenhauer dijo que “todo amor genuino es compasión; y todo amor que no sea compasión es egoísmo.”
Hermann Hesse afirmaba que “el que quiere vivir mucho debe servir; pero el que quiere dominar vive poco.”
Juan Mascaró definió el amor como “situar el esfuerzo por encima del premio.”
Y nuestro Señor Jesucristo ha dicho: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” (Mateo 5:44-45).
Por supuesto, ésta no figura entre las doctrinas citadas en las confesiones de fe cristianas. Pero debería inspirarnos en nuestra plegaria cotidiana, pidiéndole a nuestro Señor solamente tender amor durante toda nuestra vida, amor para amar a Dios, amor para nuestro prójimo, y amor también para nosotros mismos.
Si hacemos esa oración cotidiana descubriremos que aprender es descubrir lo que ya sabemos; que siempre podremos enseñar mejor lo que más necesitemos aprender; que el camino y nuestras huellas son una misma realidad, y que sólo hay estelas en la mar, como dijera Machado.
¡Qué triste es ver a tantos hombres y mujeres que desperdician su vida transitando por caminos sin corazón!
Pocos son los que se hacen la pregunta por el corazón del camino, y por eso se embarcan sin considerar la ruta; y frecuentemente, cuando el viajero se formula la pregunta por el corazón del camino emprendido, es ya muy tarde y difícil para dejar la ruta equivocada y buscar otro curso donde haya palpitaciones.
Hemos comprobado que el camino de Jesucristo es todo él corazón, sin un átomo de egoísmo, odio ni ambición.
Mucho corazón.
Joaquín Yebra, pastor.